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El costo de oportunidad es uno de los conceptos más usados en economía. ¿En qué consiste?

Durante todas nuestras vidas siempre tomamos decisiones. Más allá de juzgarlas, quien las toma, sea usted o el presidente del país, debe pensar no solo en las consecuencias últimas de la decisión tomada, sino en los efectos que hubiera tenido aquella que se dejó de elegir.  Porque decidir por algún camino significa dejar de lado otro. Y los impactos que hubiera tenido la alternativa dejada de lado se llama costo de oportunidad, sean positivos o negativos. Pensar siempre en lo que dejamos de hacer es fundamental.

Pongamos un ejemplo: sin emitir ningún juicio de valor, en octubre habrá elecciones regionales y municipales y cada ciudadano mayor de edad podrá votar. Tendrá varias opciones: optar por uno de los candidatos, votar en blanco, viciar el voto o no ir a votar. De hecho, eligió alguna de ellas. El costo de oportunidad sería la mejor opción dejada de lado.  Tanto lo que decidió como lo que omitió, genera impactos que se deben asumir.

En nuestra vida cotidiana, supongamos que decide ir a almorzar fuera de casa. Más allá de la opinión de los demás, el dinero que usará para la misma lo pudo usar en comprarse ropa, si esta era la mejor alternativa dejada de lado. El costo de oportunidad se refiere a los efectos de lo que se deja de hacer en cada decisión que tomamos. Para un gobierno, gastar más en educación significa gastar menos en otro objetivo, pues el dinero es limitado, al igual que las finanzas de nuestras familias. Pregúntese usted: ¿Qué está dejando de hacer un ciudadano cuando acepta un cargo de ministro? Si la mejor opción dejada de lado es estar con la familia, pues ese tiempo usado para colaborar con el gobierno sería el costo de oportunidad.

Así como nosotros, el gobierno siempre decide cómo usar los recursos que tiene. Como son limitados, destinar una proporción mayor, digamos a salud, implica reducir los recursos en otras áreas. No puede hacer todo al mismo tiempo. Algunos dirán, pero puede endeudarse o cobrar más impuestos; eso no soluciona el problema, pues con el nuevo dinero también tendrá opciones y deberá decidir y así hasta el infinito.

Para decidir necesitamos información sobre las consecuencias visibles y no visibles de nuestra decisión. No es tan fácil como parece. Y esto ocurre porque tendemos a ver solo lo visible y además creemos que todos los impactos se lograrán rápido. Sin embargo, la economía no es un acto de fe ni de magia. Hay objetivos que toman tiempo y cualquier apresuramiento solo genera efectos adversos.

La teoría económica aporta dos elementos cuando se toman decisiones: por un lado, analizar las consecuencias no únicamente inmediatas, sino aquellas de mediano plazo; debemos ver lo que se ve y lo que no se ve; por otro, pensar siempre en el costo de oportunidad para tener claro lo que dejamos de obtener por cada decisión que tomamos.

Podrán decir que todo lo dicho suena muy racional; puede ser. Nadie analiza tanto las cosas para decidir. A lo mejor ahí está el problema. El tiempo es el mejor juez de nuestras decisiones.  Es ahí cuando se ven los efectos que no vimos en el corto plazo, favorables o desfavorables. La historia económica está llena de ejemplos al respecto.

Fuente: Carlos Parodi https://gestion.pe/blog

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