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Los crímenes del futuro ya están acá, o cómo las criptomonedas aceleraron meteóricamente el crecimiento de los ciberdelitos

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Los crímenes del futuro ya están acá, o cómo las criptomonedas aceleraron meteóricamente el crecimiento de los ciberdelitos

Cualquier persona que viva en este mundo sabe que la incidencia de los ciberdelitos no ha parado de crecer exponencialmente en los últimos años.

Son varios los factores que empujan la crisis de cibercrímenes, pero el ascenso de las criptomonedas es, probablemente, el elemento clave para entender este fenómeno.

Hace diez, quince años, los ciberataques estaban principalmente orientados a entidades gubernamentales o grandes empresas. No se trataba, salvo en casos aislados, de crímenes con motivaciones económicas, sino más bien de ganar reputación en un ámbito todavía más ligado a la geopolítica que a la circulación de dinero.

Pero entonces llegaron las criptomonedas y nuestro entorno cibernético dió un salto cualitativo irreversible.

¿Qué pasó?

Es sencillo: en el viejo mundo del dinero (no era tan así, pero este no es momento de entrar en divagaciones económicas), si a alguien se le antojaba secuestrar tus datos y pedir un rescate a cambio, las chances de ser atrapado por las autoridades eran colosalmente más grandes de lo que son ahora.

¿Por qué? Porque no era fácil para nadie movilizar capitales sin dejar rastros. Y esos rastros (transferencias, extracciones, movimientos físicos para hacer el traspaso de dinero), podían ser seguidos por las autoridades.

Para hablar más claro: salvo que se tratara de un botín de miles de millones de dólares, no valía la pena arriesgare en esta clase de delitos. E incluso cuando se trataba de cifras astronómicas, justamente por su impacto, era difícil para los delincuentes salirse con la suya.

Pero entonces llegó el futuro. Al menos en lo que respecta a este creciente sector criminal.

Hoy en día es factible transferir enormes cantidades de dinero (en cripto) sin dejar huellas (al menos fácilmente detectables para los aparatos jurídicos de la mayoría de los gobiernos).

Y la cosa se pone aún peor. Porque este fenómeno coincide con la aceleración de la transformación digital de casi cualquier negocio.

El escenario que arman ambos factores es un caldo de cultivo ideal para el crecimiento de la ciberdelincuencia.

Y vaya que constatamos esto en el día a día.

Ahora cualquier empresa, por pequeña que sea, es target de los delincuentes.

Todo dato puede ser secuestrado.

Cualquier usuario se vuelve una billetera abierta.

Y cuando se trata de empresas medianas, que cuentan con activos de datos suculentos pero no poseen la infraestructura interna para gestionar sus propias estrategias de ciberseguridad, la cosa se está descontrolando.

Sabemos que esta categoría de empresas está siendo constantemente atacada.

Los vectores de ataque pueden ser genéricos e imprecisos, campañas masivas diseñadas para pescar incautos; o específicos y bien planificados, hechos para aprovechar vulnerabilidades probables o conocidas.

Es que la ecuación de los delincuentes es sencilla: las ganancias son astronómicas, los riesgos bastante bajos.

Digamos que si se tratara de un negocio ético y legal, sería el negocio en el que cualquiera quiere invertir.

Pero como en cualquier nicho delictivo en crecimiento, el sufrimiento concreto de las víctimas es cada vez más palpable.

No hablamos solamente de las gigantescas pérdidas materiales que enfrentan las empresas afectadas, de las semanas enteras en que el negocio queda detenido, de los puestos de trabajo que se pierden en el interín.

La posibilidad de cobrar rescates casi sin consecuencias legales hace que hasta el abuelo de Heidi sea un blanco posible para los atacantes.

De hecho, para ataques de estas características, ataques a individuos de a pie, muchas veces adultos mayores que atesoran en la virtualidad gran parte de sus recuerdos; es cada vez más común que los delincuentes adjunten en el aviso de ataque un instructivo muy sencillo que explica cómo adquirir criptomonedas y transferirlas a los secuestradores.

Parece una distopía, pero es muy real.

Y todos estamos en riesgo.

Tanto más en la medida en que no existe una real noción de la magnitud del problema. En parte porque en muchos países no existe obligación legal de reportar esta clase de incidentes.

Y claro, ¿qué empresa va a querer blanquear que sus datos y los de todos sus clientes fueron secuestrados? Ninguna, salvo que la obliguen.

Pero todos los que trabajamos en esta industria sabemos que los ataques crecen y crecen, y que son pocas las compañías que se preparan para un ataque. Hasta que es demasiado tarde.

 

@bloka.red

Fuentes: Alan Mai. https://www.linkedin.com/in/alanmai/

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